viernes, febrero 25, 2005

Las cosas por su nombre

Los nombres son más importantes de lo que parece.

No porque condicionen el comportamiento de quien lo ostenta (aunque llamándome Ramón nunca pondría una floristería) sino porque dicen mucho de quien se lo puso. Y el creador (padre, madre…) sí condicionará evidentemente la vida/funcionamiento del nombrado.

Así, la probabilidad de que, a un Carlos Alfredo o incluso una Abigail, su madre le haya instruido en el amor a la música clásica es bastante baja. Y, sin duda es más probable encontrar a Borjamari en un campo de golf y a Joshua o a KevinCostner Jesús cruzando las vías del cercanías al lado de su bloque.


El problema viene cuando, a la madre de Joshua le toca la lotería y el muchacho tiene que acabar jugando al golf con un nombre que no pega. O cuando, KevinCostner Jesús, sale rarito y pasando del chocolate y las porras, estudia historia y publica un tratado sobre la cultura de los Tartesos peinado con raya y firmando KCJ Ramírez.

Mi opinión es que debería ponerse a los niños un nombre de prueba (o nombre de leche). Nombres de niño como Pablo, Sara, Marcos. (De los que sirven sin diminutivos y con sus dos sílabas permiten una rápida llamada de atención.)

Y que, cuando ya se fuera viendo si era un Alex, un Gabriel, una Violeta o una Purificación, una pequeña votación entre sus conocidos determinase su nombre definitivo. Con esto evitaríamos, sin duda, que se prejuzgase erróneamente al pobre malnombrado.



Ahora que he solucionado el problema de los nombres humanos, centrémonos en los nombres de objetos, cosas para ser “más precisos”.

Aquí, la importancia del nombre es aún mayor. Inventando el nombre inventamos el objeto. Automóvil, paracaídas, paddle (que bien pronunciado es, evidentemente, tenis para pijos), bicicleta, secador.

Para estas cosas, solo hay un nombre correcto.

El otro día estuvimos jugando al tenis dos contra uno. Luego nos fijamos en que prácticamente en todas las pistas de alrededor ocurría lo mismo. Pensamos patentar el juego y forrarnos. Pero, ¿cuál sería el nombre? tedosno (tenis dos contra uno), U2 (demasiado visto), no lo teníamos muy claro.

Ahora, me ha venido a la cabeza, cuando estaba pensando en otra cosa. Se llama tresnis, ¿cómo no nos habíamos dado cuenta?

Ya lo he dicho, sólo hay un nombre para cada cosa (y para cada persona).



Por eso, cuando Cocacola “inventó” unos zapatos convertibles en patines (simplemente pulsando un botón que hacía salir las ruedas de la suela), me extrañó muchísimo que no utilizasen su verdadero nombre. Yo ya lo había inventado mucho tiempo antes. (Primero la palabra, luego el objeto inseparable.) ¿Por qué habrían cambiado el nombre a los zapatines?

lunes, febrero 14, 2005

¡Con la ilusión que le hacía!

Estos días tengo un recuerdo recurrente.

Estoy en el piso de arriba de la iglesia de mi pueblo. (Algo parecido a un gallinero de teatro que supongo que construyeron para albergar al coro juvenil.) Siempre acabábamos allí, buscando los últimos huecos libres. Mi madre, nunca le ha dado tanta importancia a ir a misa como para saltarse su verdadera religión: llegar tarde.

Aquellos últimos años acompañábamos a mi madre más por inercia que por otra cosa. (Por mi abuelo también, tal vez.) Al cura ya hacia mucho tiempo que no le escuchábamos. En verano, ni le oíamos porque, al llegar tarde, nos teníamos que quedar fuera, mirando hacia la puerta.

Como decía, en mi recuerdo, estoy allá arriba, observando a la gente y meditando. Pensando en mis problemas. Es el último año que voy al instituto. Al año siguiente entraré en la universidad. Estoy ilusionado (más bien iluso) pensando que mi forma de ver el mundo cambiará. Que lo entenderé todo. Recuerdo observar algún detalle de la arquitectura de la iglesia o algún extraño efecto de las luces en la pared y pensar: “si con la física y las matemáticas del instituto ya entiendo la refracción, o las fuerzas, en unos años, tendré la explicación para todo.

Ahora me viene este recuerdo y es como cuando tu madre te dice: “¿tiramos los juguetes? Están ahí estorbando. ¿O, los guardamos para cuando tengáis hijos?”. Lo traumático es el tirarlos. No el dejar de tenerlos. Tirarlos es reconocer que las ilusiones se acaban. Que lo que ahora nos importa mucho, dejará de hacerlo. Lo olvidaremos.(Sí, lo siento.)

Llevo unos años sabiendo que ni siquiera tengo que intentar entender las cosas. Pero me resisto a asumirlo. Los juguetes también están todavía en un cesto, en el armario.

martes, febrero 08, 2005

Sois todos uno fulleros

Escribo un post largo porque no he tenido tiempo de hacerlo corto.


Dice G. que soy muy bueno y a mi me suena a que soy un poco tonto. Cuando, indignado, le he pedido explicaciones (o en su defecto guantazo y duelo al amanecer) me ha dicho que le ha sorprendido varias veces lo poco que me gusta hacer trampas cuando juego.

En mi descargo tendré que decir:

1º: Los mejores tahures parecemos abuelitas. (Aunque somos lobos.)

2º: No acabo de ser andaluz del todo, y en Castilla, la palabra fullero no se usa. Allí, o eres un tramposo o no. Aquí, serlo en los juegos (ser un fullero) no implica nada más.

3º: El 8º mandamiento de la ley MAN para ser un hombre irresistible es: “Las mujeres aprecian mucho la sinceridad, aprende a fingirla.” Y, qué mejor que un juego sin consecuencias para ponerlo en práctica.

4º: El 8º mandamiento de los normales dice: “No levantarás falsos testimonios ni mentirás.” (Lo acabo de buscar en Internet.) Y, quieras que no, tanto repetírtelo de pequeño, algo se te queda grabado y es muy difícil sacarlo.

5º: No aguanto perder. (Los familiares de los 2 muñecos del futbolín, que decapité a bolazos porque Alberto me había ganado, lo saben bien.) Cuando pierdo sin hacer trampas, siempre pienso que, probablemente, el otro sí que las ha hecho.

6º: Me parece que sí que soy un poco tonto.


Contenido en realidad: 100% (o casi)